martes, 23 de marzo de 2010

LA NAVIDAD EN FAMILIA

El tiempo de calidad que hoy día podemos dedicar a nuestra vida en familia, se reduce a unas cuantas horas y la mayor parte de las ocasiones, viene cargada de una disculpa que buscar esconder, en la inmensa mayoría de los casos, un sentimiento de culpa. Pero ¿por qué nos comportamos así?, ¿qué es lo que nos hace actuar en contra de aquello que libremente hemos elegido? Las respuestas son variadas y quizás todas con un alto contenido de realidad, sobre todo por los factores externos que nos obligan a asumir más tareas y los propios deseos personales de asumir nuevos retos y el único espacio que por su misma naturaleza nos permite abusar de él, es el tiempo familiar. La familia espera, la familia comprende, la familia apoya, la familia perdona. De ahí, que nos aprovechamos para castigar su amor hacia nosotros y le pagamos con el abandono. En esta conducta participamos todos los miembros del grupo, no importa si el lugar que ocupamos es de padre, madre, hijo o hija. El argumento más elegante y aceptado para justificar nuestra falta de compromiso familiar, es la necesidad de mejorar los ingresos, para seguir subsistiendo en un ambiente social basado en el consumismo, que nos ha llevado a vivir más preocupados por “tener para disfrutar” que “disfrutar lo que se tiene”.
El verdadero origen de la carencia de espacios reales de tiempo en la familia, posiblemente, tiene que ver con la falta de inclusión de ésta dentro de nuestro proyecto de vida. Es decir todos tenemos una familia, sabemos que ahí está, que si la ocupamos no hay más que ir a buscarla. Esto hace, que nuestro proyecto de vida tenga como estímulo principal, un mejoramiento en el ingreso económico, desarrollo educativo, social, en resumen un ascenso en la estratificación social, pero dejamos por fuera el crecimiento humano, que ese solo lo podemos encontrar en la familia. Pero si nuestro proyecto de vida sufre o se retrasa, es el ambiente familiar el que nos refugia durante la tormenta.
En nuestro trabajo, generalmente, tenemos claro qué es lo que queremos y qué cosas debemos hacer para alcanzar las metas que nos proponemos; es decir, toda nuestra actuación sigue un proceso en el que estamos plenamente involucrados porque sabemos que el éxito final depende de lo que seamos capaces de realizar. Y esta actuación, tan obvia para la mayoría de las personas, resulta que nos hace incapaces de extrapolarla a nuestra vida familiar. Quizá porque cuando un hombre y una mujer se enamoran y ponen los cimientos de un “proyecto de familia” no están partiendo de las mismas bases para transformar los dos “yo” en un “nosotros”, no son capaces de realizar una renuncia total de sí mismos por el bien común; quizá porque cuando hablan del amor que se profesan, no se están refiriendo al mismo tipo de amor, y mientras uno se refiere a la parte mística del “contigo para siempre”, el otro busca la parte física del “contigo mientras sirva”; quizá porque uno de ellos o ambos, cegados por la reacción emotivo-afectiva, descubren valores que no existen en el otro o dejan de descubrir aquellos otros que son los que realmente existen.
Ahora que los vientos navideños nos hacen evocar los recuerdos de las navidades pasadas, vivir las presentes, aprovechemos para reflexionar en las navidades futuras, para que la familia ocupe el lugar prioritario en nuestro “tiempo” y no solo el que nos quede. La familia es parte de la navidad, sobre todo cuanto evocamos el recuerdo de lo que representa en si misma, esta celebración: “el nacimiento de un niño”, en el seno de una familia rica en amor, donde la carencia de bienes materiales no le impidió ser feliz. El nacimiento del niño JESUS.

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